UTM 30T 494248 4603971 905 m.

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El Burgo de Osma es una localidad soriana que cuenta con unos cinco mil habitantes. Situada al suroeste de la provincia, dista cincuenta kilómetros de su capital casi a mitad de camino entre aquélla y Aranda de Duero. Su núcleo original, cuyas raíces se hunden en la prehistoria, se situó en el cerro del castillo que hoy es Osma. La cultura de la edad del bronce, Arévacos, Roma, Islam y época altomedieval dejaron aquí su impronta hasta que la población se asentó a poco más de un kilómetro al este del cerro a la otra orilla del río Ucero y sobre su confluencia con el río Abión, tomando la denominación de El Burgo de Osma y recibiendo privilegios por parte de Alfonso VIII. (6 de agosto de 2007).

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Una de las primeras edificaciones de este nuevo núcleo poblacional fue su catedral románica, iniciada hacia 1101 sobre lo que fuera anterior templo visigodo, por su obispo, el monje cluniacense Pedro de Bourges (obispado: 1101-1109). Obispo que con el tiempo sería conocido como san Pedro de Osma, cuyos restos reposan en la sala capitular de la catedral en magnífico sarcófago gótico. Su obra la continuaron los obispos: Raimundo (1109-1126), Beltrán (1128-1140), Esteban (1141-1147) y Juan (1148-1174) y fue concluida hacia la mitad del siglo XII. Fue templo orientado, de tres naves y crucero, con claustro adosado a su costado norte, del que como ya he apuntado quedan algunos restos en el claustro y sala capitular.

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Al poco de finalizar la obra catedralicia románica, el obispo Juan Domínguez (de nombre Juan Díaz de Medina. Obispado: 1231-1240) ordenó su demolición para edificar un suntuoso templo gótico al estilo de lo que en ese momento se está haciendo en Burgos o en Toledo. En la actualidad el espléndido edificio catedralicio es mayoritariamente gótico. Sucesivas transformaciones han hecho desaparecer casi por completo los vestigios de aquel primer edificio románico del que restan apenas un par de arcos dobles de comunicación entre la sala capitular y el claustro ubicado al lado norte del templo. No obstante lo que resta es de tal entidad y densidad escultórica que permite entrever la mano de un gran maestro que siguiendo los dictados silenses, abrió su obra hacia un momento en que las maneras apuntan hacia el inminente gótico.

En lo que fuera sala capitular quedan cuatro de sus vanos de comunicación con el ala sur del claustro. Se hallan dispuestos de dos en dos y cada pareja está enmarcada por un arco mayor a modo de chambrana envolvente de cuidado ajedrezado jaqués. Protegidos tras superficie de cristal, hay que hacer filigranas para evitar reflejos y poder captar detalles. Pero la calidad y densidad de la obra bien lo merecen. (El claustro es -afortunadamente- el único lugar del templo en el que no hay impedimento para tomar fotografías).

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Cada uno de los dobles vanos posee un grupo de cuatro columnas torsas centrales sobre las que alza capitel decorado en sus cuatro caras y sendas parejas de columnas adosadas sobre las que alzan capiteles labrados en tres de sus caras. Los arcos de medio punto son doblados y sus bordes libres están saturados de decoración escultórica variada y preciosista. Verdadera filigrana más propia de la eboristería que recarga con primor este vestigio de un templo que sin duda debió de ser suntuoso (Imágenes 5 y 8).

El capitel central de los vanos situados a nuestra izquierda muestra unas cuidadas escenas del nacimiento de Cristo. A la izquierda, ángeles avisando a los pastores de la buena nueva (Imagen 9) seguidos por la escena de la adoración de los Reyes, de la que el primero de ellos genuflexo ocupa con la Virgen y el Niño el frontal del capitel (Imágenes 10 y 11), escena adyacente a una deliciosa Anunciación en la que el ángel aparece asimismo genuflexo (Imagen 12).

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En el vértice del arco exterior, sobre el centro del capitel y a modo de ménsula-atlas (el gótico ya se deja entrever también en estos detalles) hay una bella cara de cuidada escultura que aun conserva un poquito de su policromía en cara, labios e iris (Imagen 16).

Los capiteles laterales muestran arpías de largo cuello tocadas con gorrito, al modo de lo visto en San Pedro el Viejo de Huesca (Imagen 17) y estilizados monstruos alados serpentiformes cuyas colas surgen de la boca de una cabeza central en el intradós. El ábaco muestra también cabecitas similares, y todo ello -en este capitel- de labra más ruda y diferente a la del artista que labra el resto de los motivos.

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