LA GUÍA DIGITAL DEL ARTE ROMÁNICO

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EL ROMÁNICO
    2.- ANTECEDENTES HISTÓRICOS

Roma en su esplendor consiguió unificar a la mayor parte de mundo conocido. A este periodo hay que remontarse tanto en lo histórico como en lo formal para comprender muchos de los aspectos de lo que realmente fue la mayor universalización tanto en lo referente a la vida diaria como en aspectos culturales, teológicos, militares y constructivos.

Pero Roma y su poder caerán empujados por dos fuerzas de signo bien distinto: el enemigo exterior (papel que desempeñaron los pueblos "bárbaros" aprovechándose de su degeneración) y el enemigo interior que no fue otro que el movimiento social propiciado por una religión incipiente, el cristianismo, que sembró en esa sociedad en declive los valores de igualdad, dignidad y trascendencia.

SARCÓFAGO DE HUSILLOS (PALENCIA). MAN

Sería Carlomagno (742-814) quien consiguiese reeditar el imperio y el cristianismo actuó como elemento unificador. Logró el emperador ver cumplida su obsesión de universalidad: "Una Iglesia, un Emperador, un Arte, una Ciencia" y la impuso en sus dominios. Fue ratificado por el papa León III ciñéndole la corona imperial en San Pedro de Roma el día de Navidad del año 800.

Esta cohesión imperial, impuesta por la fuerza en muchos de sus aspectos, se deshizo a la muerte del emperador dando paso a un periodo de anarquía, decadencia y caos que propiciaron los propios miembros de la nobleza actuando como verdaderos señores feudales. La Iglesia no fue ajena a esta decadencia y los niveles de degeneración y simonía se equipararon a los alcanzados por los señores feudales con los que en muchas ocasiones existía una total identificación.

CRISMÓN PALEOCRISTIANO. MANFIRMA DE CARLOMAGNO

El monacato ante el desarrollo de los acontecimientos propulsó una reforma que alcanzaría a obispos, papas y reyes. Fue en Cluny hacia el año 910 cuando prendió esta chispa renovadora que se extendió con inusitada rapidez por todo el mundo conocido, en gran parte ayudada por el hastío y rechazo del pueblo hacia todo lo que había tenido que soportar durante y tras el Imperio Carolingio. Se dice de la Edad Media que fue como un largo y oscuro túnel en el que el monacato permitió mantener vivos los legados culturales que, cuando el momento fue propicio, germinaron y florecieron en la brillante época del Renacimiento.

La abadía de Cluny, fundada en 910 por Guillermo el Piadoso duque de Aquitania, estaba bajos las órdenes directas del Pontífice Romano. En 923 el abad Odón, con consentimiento de la Santa Sede, acometió la reforma cluniacense fundando y refundando monasterios que quedaban bajo la potestad del abad de Cluny gobernándose por un prior dependiente de aquél. Cluny se convirtió en un verdadero señorío feudal con derecho de investidura e ingresos económicos de sus monasterios filiales, con un gran poder e influencia en la sociedad medieval.

IMAGEN IDEAL DE CLUNY-II (MODIFICADA DE CONANT)

Realmente hubo una aristocratización de los monasterios entendiéndose así el peso específico de la cultura existente en ellos. En su mayor esplendor Cluny tuvo bajo su dominio más de 1000 monasterios. Cluny también se hizo cargo del movimiento peregrino hacia Santiago de Compostela jalonando su recorrido de monasterios y albergues en los cuales la iconografía de capiteles y tímpanos servía para instruir al peregrino en el conocimiento de la Historia Sagrada, en sus formas de comportamiento y en los premios y castigos que recibirían según su forma de vivir.

Para el profesor Domingo Buesa, el éxito de los benedictinos cluniacenses se basó en una magnífica gestión de la muerte. Ellos transmitieron al pueblo la idea de que, por grandes que hubiesen sido sus pecados, podían ser perdonados por medio de las misas y de la oración encaminada a la salvación de sus almas. Nadie quería ser condenado para toda la eternidad a los tremendos castigos del infierno. De ese modo, a cambio de numerosos estipendios, la gente se enterró lo más cerca posible de los templos y pagó por su salvación eterna. Además, los benedictinos guardaron la memoria de los muertos ilustres en panteones dando fe de unos nobles linajes que permitían a sus descendientes gobernar al pueblo mientras contribuían también a la riqueza material de la orden cluniacense y a su imparable expansión.

Todo ello ya desde tiempos de Carlos Martel, abuelo de Carlomagno, con el denominador común de la lucha contra el "moro", verdadero enemigo exterior que sirve de referente para mantener la unidad a fin de frenar su avance y reconquistar el territorio perdido tanto en el plano físico como en el espiritual. Jerusalén y los Santos Lugares constituyeron un acicate negativo para la cristiandad. Fruto de esta situación sería la aparición de las Ordenes Militares, verdaderos monjes-guerreros, en orden a conseguir su liberación.



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