El monasterio cisterciense
de Santa María de Huerta se halla situado sobre la orilla derecha
del río Jalón, afluente del Ebro. En terreno fértil
y con buena provisión de agua, como acostumbraban hacer los monjes
roturadores. Ciento treinta y seis kilómetros lo separan tanto
de Zaragoza como de Madrid. Desde Soria son ciento tres. Solo un kilómetro
y medio dista de la raya entre Castilla y Aragón. Territorio de
frontera y verdadera extremadura castellana de la que Soria es punta de
lanza.
Los cistercienses que
han de fundar Huerta asientan en primera instancia en Cántavos,
villa desierta perteneciente a Fuentelmonje y a unos quince kilómetros
al norte de su actual ubicación. En 1151 el rey Alfonso VII de
Castilla autorizó la fundación del monasterio. Los monjes se trasladaron
a Huerta en 1162 siendo Martín de Finojosa (el padre san Martín)
su primer abad en Huerta quien llegará a ser obispo de Sigüenza.
Bajo la protección
del rey Alfonso VIII, poco antes del inicio del siglo XIII estaba ya construido
lo fundamental del monasterio. La sobriedad cisterciense
-no exenta de monumentalidad- sobresale y envuelve en los lugares en que
se manifiesta en forma plena. Consecutivas obras y añadidos la
enmascaran en determinados lugares, pero sin llegar a hacer desaparecer
su esencia y consiguiendo un equilibrado conjunto aun hoy habitado por
una comunidad de monjes blancos. La obra cisterciense,
carente de los prolíficos añadidos escultóricos cluniacenses,
esta orientada al recogimiento y a la disposición a sentir y escuchar
desde el interior. Todo cuanto no ayuda a este fin, distrae (4 de mayo de 2007).
Para poder tener
una visión de conjunto de la cabecera del conjunto monástico
hay que desplazarse hasta una zona elevada a unos doscientos metros al
este del templo. De ese modo se puede salvar visualmente el elevado muro
perimetral que lo rodea y en el que existen ocho cubos a intervalos regulares,
en ocasiones reforzados por cinchas de hierro para evitar su desplome. Así podemos disfrutar
en perspectiva de sus diversas estructuras. Sobre estas líneas,
y de izquierda a derecha vemos la cabecera del templo, con su sobresaliente
nave transepto rematada por sendos frontones triangulares sobreelevados
a la que abre el gran ábside central con su presbiterio y los cuatro
absidiolos laterales, incluidos en dos estructuras que lo flanquean. Mas
allá la estructura que contuvo la desaparecida sala capitular y
en un plano un poco más retrasado vemos la gran sala-refectorio
de los monjes con el añadido carente de vanos en cuyo espesor se
halla la escalinata para el ascenso del lector.
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No menos impresionante
es la contemplación del lateral norte del templo desde el paseo
que lo circunda al exterior de su muralla. La cabecera de la iglesia y
la nave transepto lucen majestuosas con sus bien ajustados sillares de
caliza clara. Mas a poniente vemos las naves, más elevada la central,
que rematan en el gran hastial occidental que las rebasa ampliamente. Y al amparo del templo,
el cementerio, delimitado por la fachada sur y la muralla perimetral.
El ábside central sobresale decididamente
en planta gracias a la amplitud de su presbiterio. Cinco arcos ciegos
en altura, que apean en recios contrafuertes a modo de anchas lesenas
en este muro compuesto, excepcional en los monasterios castellanos. Originalmente centrados
por vanos de doble derrama, hoy solo resta el central, dado que los cuatro
laterales se cegaron abriendo otros más bajos para adecuarlos a
las hornacinas del retablo barroco (Ver
planta).
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El presbiterio se señala
por dos arcos ciegos de mayor tamaño centrados por vano aspillerado,
ya en contigüidad con la nave transepto (Imágenes
3 y 5). A ambos lados están las edificaciones cuadradas que contienen
los absidiolos laterales. Son atípicas. Aparentan "casetones
laterales". Se decoran con arcos ciegos pero en este caso son arcos
escarzanos. Llama la atención
el perfil rebajado y aplanado de la cubierta de la cabecera del templo.
Ello se debe a que las bóvedas son de crucería en vez del
habitual medio cañón. También el uso inteligente
de las ménsulas de cinco rollos, no solo para sustentar los aleros,
sino para resumir de forma inteligente contrafuertes y generar contrastes
de luces y sombras (Imagen 6).
Realmente es como si
estos constructores dieran un salto atrás en el tiempo, eludiendo
a Cluny y recalando otra vez en los modos de hace lombardos. Vuelve la
estética desprovista de esculturas decorativas y la búsqueda
de la belleza por el contraste de luces y sombras. Arquillos ciegos y
lesenas. Y bóvedas de arista. Libre de las distracciones escultóricas,
el espíritu puede concentrarse exclusivamente en la recepción
del mensaje.
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Eso en esencia es el
Cister. Un movimiento de retorno a la sobria espiritualidad despojándose
de todo lo superfluo para estar receptivo a la divinidad. Así continua
hoy esta comunidad monástica, al igual que el resto de las que
en nuestros días dan vida a las viejas piedra, como La Oliva, Poblet,
Osera, Sobrado, Armenteira o Valdediós.
Datos estractados de "Santa María
de Huerta, monasterio cisterciense. Romero Luzón y Anguita. Ed.:
Monasterio de Huerta. 2005.