CAPITELES DE LA PANDA OESTE (Cont.)
(Segundo Maestro de Silos)
El segundo maestro del claustro sigue con la temática iniciada por el primero. Varía la forma de sus capiteles y por tanto de sus columnas, así como la escultura que adquiere más bulto y en ella se advierten con frecuencia las señales del uso del trépano; pero la temática sigue siendo la de seres imposibles, híbridos de sueños enfebrecidos que desde los capiteles nos siguen dejando atónitos por su mensaje difícil de recibir así como por la perfección de sus formas contra natura.
Las arpías del capitel 41, situado a continuación del de la Última Cena son emblemáticas. Las he recortado y presentado, elegantes y dignas, sobre fondo negro en la imagen de cabecera, porque entiendo que merece la pena detenerse a contemplarlas. Nada que ver con las ya vistas del primer maestro, Estas muestran formas menos planas, son de bulto, rostros decididamente humanos -masculino y femenino-, cuerpo de ave con patas de rumiante y una larga cola articulada, a modo de reptil o gran insecto, que nos conduce asimismo a la obra del de Agüero.
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Situadas en torno a una especie de arbolito central del que surgen ramas que las atrapan del cuello, por lo que hay quien ve en la escena la victoria del Árbol-Cristo sobre el mal. La escultura de sus rostros, como ya he hecho notar, es muy realista hasta el punto de que el escultor hace patente las abultadas venas yugulares de su cuello (Imágenes 4 y 5).
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Tras las arpías hay un capitel vegetal -parece de helechos- de cuidada labra. Es el número 42 del claustro (Imagen 6) y también en él se advierte el profuso uso del trépano. A su lado el 42 (Imagen 7) luce leoncitos de redondas formas y cabezas que se asemejan a la ya destacada en la página anterior como "antepasada de lo de Agüero". Repite la escena vista con las arpías, a base de ser atrapados por dos ramas de un arbolito central.
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Y en el capitel 45, más sirenas-pájaro; pero esta vez de diversa factura. En posición frontal, a modo del águila del lábaro romano (Imágenes 8 a 11). Facciones femeninas, decididamente humanas, suaves, amables. Y quizá por ello mucho más peligrosas porque no muestran en sus rostros el mal al que representan.
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Pupilas marcadas en sus ojos, cejas bien resaltadas, sobreelevadas, señales de trépano en cantos de ojos y boca. Y en esta ocasión el arbolito central, no las aprisiona, sino que adorna el conjunto.
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