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Los exteriores de la catedral de Santiago
de Compostela, siendo sin duda espectaculares y mundialmente reconocibles,
enmascaran el templo original románico. Una vez más Santiago
se nos presenta como una "matriosca", una de esas
muñecas que encierran dentro de si a otra muñeca que a
su vez...
La arquitectura barroca de su fachada
oeste que preside la plaza del Obradoiro, la más conocida, es
obra del siglo XVIII realizada por el arquitecto Fernando de Casas Novoa con
el fin de salvaguardar de la meteorización el Pórtico
de la Gloria.
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El nombre de "obradoiro" deriva
de la función de taller donde se labraba la piedra para la edificación
de la catedral. A nuestra derecha, están el museo y el claustro. A nuestra
izquierda el palacio de Gelmírez. El hostal de los Reyes Católicos
al norte (Imagen 4), a poniente el palacio del obispo
Rajoy (Imagen 3) y al sur el Colegio de San Jerónimo,
son estructuras que completan el amplio y celebrado espacio donde trabajaron los canteros
que hicieron posible esta gran obra. En su recuerdo, transcribo unas
líneas escrita por Aimerid Picaud en el célebre Codex
Calixtinus:
"Los maestros canteros
que emprendieron la construcción de la basílica de Santiago,
se llamaban Don Bernardo el Viejo, maestro admirable, y Roberto, con
aproximadamente otros 50 canteros que allí trabajaban asiduamente,
bajo la solicitada dirección de don Wicarto, don Segeredo,
prior del cabildo, y del abad don Gundesindo; durante el reinado de
Alfonso, rey de las Españas, y durante el obispado de don Diego
I, guerrero esforzado y varón generoso. El templo se comenzó
en la Era MCXVI. Desde esta fecha hasta la muerte de Alfonso, valiente
e ilustre rey de Aragón, se cuentan 59 años; y hasta el
asesinato de Enrique, rey de los ingleses, 62 años; y hasta la
muerte de Luis el Gordo, rey de los francos 63; y desde la colocación
de la primera piedra en sus cimientos, hasta la colocación de
la última, pasaron 44 años.
Desde el comienzo de la
obra hasta nuestros días, este templo florece con el resplandor
de los milagros de Santiago, pues, en él se concede la salud
a los enfermos, se restablece la vista a los ciegos, se suelta la lengua
de los mudos, se franquea el oído a los sordos, se da movimiento
libre a los cojos, se concede liberación a los endemoniados y,
lo que es todavía más, se atienden las preces del pueblo
fiel, se acogen sus ruegos, se desatan las ligaduras de los pecados,
se abre el cielo a los que llaman a sus puertas, se consuela a los afligidos,
y las gentes de todos los países del mundo allí acuden
en tropel a presentar sus ofrendas en honor del Señor."
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No es fácil adivinar la magnífica
cabecera del templo original tras la fachada este o de la Quintana (Imágenes
5 y 6). La obra del siglo XVI regularizó en cuadro la plaza a la
vez que ocultó absidiolos, girola y ábside, que asoman coronados
de modernos pináculos por delante del cimborrio. Frente a esta
fachada, la inmensidad pétrea del monasterio de Antealtares salpicado
de deliciosas y rítmicas rejas en sus ventanales cierra la plaza.
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Destaca en este frente la llamada Puerta
Santa, que se abre el 31 de diciembre del año precedente a cada
Año Santo Compostelano. La flanquean 24 esculturas de apóstoles,
profetas y patriarcas obras del taller del maestro Mateo procedentes
del desaparecido coro pétreo de la catedral (Imágenes
7 a 10). Este coro ocupaba cuatro tramos de la nave central.
Las esculturas mencionadas están ordenadas de abajo hacia arriba
según su cronología, siendo más antiguas las más
inferiores que procedentes de un maestro constructor previo a Mateo
mantienen la majestuosidad del arte sagrado.
Las estatuas superiores evidencian ya
la obra de Mateo, como un prólogo o ensayo a lo que será
el Pórtico de la Gloria. Posturas giradas, actitudes naturalistas.
Es la sentencia del arte sacro que queda atrás en este paso de
uno a otro maestros, al decir de Jaime Cobreros en su Guía del
Románico en España.
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Hablamos de "Puerta Santa"
de modo impropio, ya que la verdadera Puerta Santa se halla tras la
flanqueada por las esculturas comentadas. Hay que acercarse a la verja
situada entre ellas y desde allí se advierte la estructura de la
cabecera del templo, con la inmensidad de su girola salpicada de vanos
-reales o simulados-, óculos e impostas, canecillos, capiteles...