Los canecillos que decoran
en altura el ábside central son pequeñas obras
de arte de delicada factura. Demasiado bellas para ocupar ese alejado
lugar en que incluso hoy con los medios auxiliares apropiados son difíciles
de apreciar. Pero el gusto por lo
bien hecho motivó a estos maestros que dejaron su arte a lo largo
del camino en la frontera entre dos siglos. En conjunto evocan con
fuerza por su número, calidad y situación a lo visto en
San
Miguel de Fuentidueña en Segovia. Pero también a Biota
en las Cinco Villas aragonesas y el resto del área de influencia
del taller del Maestro de Agüero.
Miradlos uno a uno. Hay grifos y monstruos silenses. Arpías
y "bichos" con capucha al modo de Santa Eufemia de Cozollos (y enlazamos con otro grande,
el de Piasca), dama con toca, negro de rizado cabello, águilas,
fieras, carneros, un elegante dromedario, el monstruo de Biota, de semejante
aspecto al de las mochetas de las portadas de las Cinco Villas, el mono
encadenado, y cómo no, el burro músico, que se repite en el Palacio Realde Estella.