En contraste
con la penumbra existente en las naves del templo, cuando llegamos a la
cabecera del mismo la luz de la mañana entra con generosidad por
los cinco ventanales de su ábside central. Son de medio punto,
muy altos y extraordinariamente derramados en su porción inferior;
modelo este que veremos repetirse en edificaciones cister de esta primera
época (Santiago de Agüero).
Entre ellos, media docena de semicolumnas adosadas se coronan en altura
por capiteles de sencilla hechura sobre los que voltea un fajón
presbiteral apuntado y cuatro nervaduras que convergen en la clave de
aquél. Bella solución decorativa que viene a adornar la
perfecta bóveda de cuarto de esfera apuntada que cubre al cilindro
absidal. Este modo de hacer, hispano-languedociano, se ensayó por
primera vez en San
Gil de Luna desde donde se distribuyó
por una amplia zona de las Cinco Villas y Navarra. En su momento
se tomó como un elemento tardío, ya gótico, por las
nervaduras. Pero si se fija uno bien, se advierte que no son sino adorno
de una perfecta bóveda románica. No hay plementería
tras estas nervaduras, sino bóveda perfecta y autoportante (Imágenes 1 y 2).