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En principio se concibió como un espacio dividido en tres naves rematadas en sendos ábsides, al modo clásico; pero en algún momento de su edificación se varió su fábrica probablemente para dar mayor solidez y apoyo al edificio situado encima. Esta anomalía indica impericia del contructor que diseñó la nave central de doble anchura que las laterales por lo cual su bóveda de medio cañón se alzaría basante por encima de las laterales impidiendo la consecución de un forjado horizontal sobre el que elevar la iglesia superior. La solución: dividir la nave central en dos naves iguales a las laterales y de esta forma todas las bóvedas de medio cañón (cuatro) quedaron a la misma altura permitiendo el plano horizontal deseado. (Imágenes 1 y 4).

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El resultado estético es diferente y muy bello; pero estimo que funcionalmente les hubiera supuesto menos complicaciones prescindir de los capiteles y hacer apear las pilastras directamente en el pavimento. La única explicación que se me ocurre a esta forma de actuar es que el pavimento original estuviera bastante por debajo del actual, y los esbozos de columnas que resumen el empuje de dichos capiteles, fueran mucho más largas. Entonces si estaría justificado porque ampliarían el espacio útil, despejando esa cierta sensación de agobio que se siente en su interior.

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La propia estética de los capiteles está fuera de lo convencional. Su gran tamaño, los enormes ábacos que los cubren, las ménsulas a mitad de pilastras en las que apean fajones... Hay uno de ellos, el segundo tras el altar central decorado con volutas (Imagen 12) que ha pasado a ser emblemático en muchos de los artículos de recuerdo del monasterio.

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