El templo románico
es desde su propia fundación un panteón funerario. Se fundamenta
sobre las reliquias de un difunto al que la Iglesia ha declarado santo.
Y los fieles, clérigos y nobles pugnan por ser enterrados "en
sagrado", lo más cerca posible de la iglesia porque los sitios
de privilegio al interior están reservados a dignidades eclesiásticas,
nobles o mecenas con poder pecuniario suficiente para costearse una capilla
o arcosolio. En derredor del templo abundan las tumbas
de los fieles "de a pie" y en algunas ocasiones, corrimientos de tierra
o desmontes del terreno sacan sus románicos huesos a la luz.
Los sistemas más
sencillos de inhumación son las "tumbas de lajas" excavadas
en el suelo y revestido su interior y cierre con lajas de piedra. El sarcófago
labrado de una pieza monolítica ya denota una categoría de
la persona enterrada. La mayor parte no cuentan con motivos ornamentales
dado que su lugar soterrado no va a permitir su contemplación. Algunos
se han reutilizado como elementos edificativos en la construcción
de muros, a modo de un gran sillar excavado ("bovedilla", habría
que decir hoy)
Tumbas que en ocasiones,
por lo escaso del terreno se superponen en pisos, al igual que hoy, como
podemos ver abajo a izquierda. Es frecuente la señalización
del lugar de enterramiento por medio de una inscripción funeraria,
que cuando incluye la fecha, tiene un gran valor añadido por lo que
respecta a la cronología del lugar. Abajo a derecha, lauda en San
Adrián de Sásave indicando el lugar donde están enterrados
tres obispos de Aragón ("Hic Requiescunt Tres Episcopi").
Es la mínima expresión de arte funerario.
Ya hemos visto que el hombre
románico vuelve los ojos al arte clásico y de Roma toma muchas
de sus obras, incluidas las funerarias. Es significativo el hecho de que
el Rey aragonés Ramiro II el Monje se hiciese enterrar en un bello
sarcófago romano que luce unos temas totalmente paganos como los genios alados
llevando el retrato del primer ocupante del sarcófago en mandorla
flanqueados por Hipnos y Thanatos dioses del sueño y de la muerte. Y bajo ellos
Neptuno y Anfítrite, con el cuerno de la abundancia. Notable
similitud con la iconografía cristiana que toma prestada de la romana
estos modelos reconvirtiéndolos a su conveniencia en seres angélicos
gracias a un oportuno sincretismo.
La obra maestra de la escultura
funeraria en Aragón, que es sin duda el sarcófago de Doña
Sancha hermana del rey Sancho Ramírez, luce en su motivo central
una reminiscencia de lo visto en el sarcófago romano
del siglos II-III. Dos ángeles portando en mandorla el alma de la
difunta, desnuda, como corresponde a la representación medieval del alma que
ha abandonado el cuerpo
No
se queda a la zaga, ni mucho menos, el sarcófago de San Ramón,
obispo de Roda y mecenas del arte pictórico de una extensa zona
de la que hoy Tahull es su emblema. En su frontal
el artista labró todo un ciclo de la vida de Cristo: Anunciación,
Visitación, Nacimiento y Epifanía. Sarcófagos pensados
para ser expuestos en la iglesia, adosados a la pared y por ello con su
cara trasera sin labrar. En los laterales hallamos al propio San Ramón
a la izquierda y una huida a Egipto a la derecha, como continuación
de lo visto en el frontal.
En
los lugares sagrados donde se inhumaban los reyes, también lo hacían
los nobles para que las oraciones de la comunidad monástica les favorecieran
a todos por igual a la vez que velaban sus restos. San Juan de la Peña
es en este sentido un emblemático Panteón Real. Reyes de la
dinastía de los Aragón y abundantes nobles se hallan aquí
enterrados. La imagen bajo estas líneas muestra
las dos hileras de tumbas decoradas con molduras y guardapolvos ajedrezados,
pequeñas cariátides y tímpanillos esculpidos de variados
motivos.
Es interesante el mostrado
abajo a izquierda, que representa en dos registros la elevación en
mandorla del alma del difunto por sendos ángeles y debajo, partida
la escena por dos grifos sustentando un sarcófago, una Epifanía. Este motivo es similar
en temática al que vemos en el tímpano de San Pedro el Viejo de
Huesca, con la salvedad de que allí en vez del alma del finado, los
ángeles portan crismón trinitario.
En el Museo Arqueológico
Nacional de Madrid se expone la tapa de un sarcófago decorado, procedente
del monasterio de San Benito en Sahagún (León), que es una
verdadera maravilla (Arriba derecha y abajo). Es la Lápida sepulcral
de Alfonso Ansúrez y al parecer hubo que "chalanear" con
el Fogg Musseum de Harvard para lograr su retorno. Tallada en mármol
de tono claro, la epigrafía de su zona más elevada dice "ERA
: M : C : XXX : I : VI : KL : DECEBR : OBIIT AN..."
En la ampliación
sobre estas líneas, el difunto se incorpora y recibe la bendición
divina. La inscripción no deja lugar a dudas: "DEXTRA.XPI.BENEDICIT.ANFVSVS-DEFVNCTV"
. Detrás del difunto y ajustada al espacio entre su
nuca y el dorso del Tetramorfos de San Juan: "SCS-IOHS-EVAN-GELIS-TA:".
Avanzado el periodo románico
y cuando el gótico ya emerge, los nobles se hacen enterrar bajo arcosolios
en ocasiones tan bellamente decorados en lo pictórico como en el
caso de San Miguel de Foces (Huesca) o en cajas de piedra con decoración
que recuerda a los comitentes de los mismos, como en Vallbona de las Monjas
en Lérida (arriba).
De especial trascendencia
en esta fase fue el taller escultórico de Carrión de los Condes
en Palencia desde el que salieron las piezas que podemos visitar en el monasterio
carrionés de San Zoilo, o en Villa Alcázar de Sirga, donde
los sarcófagos de cuidadosa decoración, bajo la atenta mirada
de la talla de la Virgen, nos muestran minuciosos detalles del ritual funerario
que conservan su policromía (arriba).