El gran éxito de
la consolidación y difusión del Arte Románico vendrá
impulsado por una labor reformista de la Iglesia Romana eficientemente vehiculada
por la orden benedictina de Cluny. Cada nuevo monasterio contribuye a multiplicar
el mensaje tanto por medio de la réplica de códices en sus
escritorios como por el estímulo para edificar nuevas iglesias siguiendo
un patrón común. Monasterios que acogerán las sepulturas de los monarcas para rezar por sus almas y librarlas del fuego eterno, a la vez que dan fe de la legitimidad de sus linajes para seguir ostentando el poder. Gracias a esta "gestión de la muerte" lograron enormes beneficios tanto de protección como económicos para continuar su expansión.
Estas circunstancias se sucedieron una y otra vez a lo largo
y ancho de Europa. Y cuando el empuje de la orden se debilite, cuando "mueran
de éxito" surgirá la "reforma de la reforma":
el Cister. Monjes blancos que tomarán el relevo a los monjes negros.
Sobriedad tanto en lo formal como en lo espiritual precediendo a un nuevo
estilo, vertical y luminoso en lo estructural y con modos realistas y expresivos
en lo artístico: el Gótico.
Los factores que aseguraron
el éxito fueron el monacato, la reforma cluniacense, y una tercera
circunstancia favorecedora que propició el éxito en la difusión
del Románico: las vías de comunicación cuyo paradigma es el Camino
de Santiago asentado sobre antiguas calzadas romanas que permitió
la expansión y difusión de personas e ideas más allá
de los territorios dominados por el Islam en un momento en que que comienza su declive y retroceso
a la vez que avanza el éxito de los reinos cristianos.
Este
avance de la reforma gregoriana se manifestará por medio de un ingente
número de iglesias que con su peculiar estilo proclaman alto y claro
el triunfo del tandem Roma/Cluny. Son templos cuajados
de motivos decorativos, tanto escultóricos como pictóricos.
Decoración en los muros, bajo los aleros, en los capiteles, en las
ventanas, en las puertas de acceso. etc. Templos sin duda rebosantes de simbología.
Todos estos elementos se aprovecharán para catequizar e instruir
a un pueblo mayoritariamente analfabeto.
Tímpanos, capiteles
y decoración pictórica forman un todo a modo de "comic", en general
fácil de interpretar con unas pocas explicaciones de los monjes.
Bajo estas líneas, los tímpanos de Jaca y León son una muestra
de este arte pleno, al que García Guinea con acierto denomina "Románico
Dinástico" por surgir en tierras bajo la potestad de los descendientes
del gran líder de la cristiandad que fue Sancho III el Mayor, rey
de Pamplona.
Es reseñable el
hecho de que en estos antiguos tímpanos su forma aparece truncada
en su porción superior, habiendo sido disimulado en León con
el añadido de tres piezas rellenando el tímpano. En un momento
en que el arte se está copiando de modelos de sarcófagos paleocristianos,
como demostró magistralmente Serafín
Moralejo, no sería extraño que fuese esta la causa del
alargado formato de estas piezas.
En el aspecto edificativo,
así como en el lombardo habíamos visto edificar con sillarejo
apenas desbastado a maza, en esta fase se utilizan sillares mucho más
elaborados asentados con poca necesidad de argamasa. Pero en ambos casos
la base de la confección de los muros sigue siendo heredera del "opus
caementicum" romano. Son muros compuestos en los cuales
lo importante -desde el punto de vista estructural- es su núcleo
de ripios y argamasa. El mismo aporta solidez a la estructura mientras
que el revestimiento de sillares cumple misión de "encofrado"
en el momento edificativo y de "acabado" una vez terminada la
obra.
Pero no siempre era así,
ya que en zonas menos favorables a la labra de sillares, por el motivo que
fuese, éstos se utilizan solo en las zonas "sensibles"
(vanos y esquinas) empleando en el resto mampostería o ladrillo.
El acabado final a base de enfoscado va a ocultar la diferencia.
Hoy tenemos la "deformación"
de creer que "la piedra sillar es bella" por que se ha dejado
vista eliminado las capas que sobre la misma había. Lo cierto es
que una vez terminada la obra, el templo no se consideraba acabado hasta
tanto no estuviera enfoscado y convenientemente dotado de un programa pictórico. En nuestro tiempo, lo que vemos son "esqueletos de templos"
a los que falta este elemento, así como la vida que les aportaba
la liturgia para la que fueron concebidos.