Después de pasar
revista a los estilos oficialmente aceptados del románico voy a dedicar
unas imágenes a mostrar una variante del mismo que se ha constituido
en endemismo en el Alto Aragón y que durante mucho tiempo ha suscitado
-y lo sigue haciendo- polémica sobre su supuesto origen mozárabe.
Me refiero, claro está, al llamado "Románico
del Gállego", así definido por hallarse su núcleo
principal sobre la orilla izquierda del río Gállego entre
Biescas y Sabiñánigo al sur del puerto de Cotefablo, contando también
con algunos ejemplares en lo alto del sobrepuerto de Biescas. A pesar de esta relativamente
circunscrita localización de sus templos, también los hay
alejados de este núcleo como los casos de Rasal, Ordovés
o Sescún, distantes unos treinta kilómetros en línea
recta desde Lárrede.
Su edificación se
realizó a base de sillarejo trabajado a maza extraído de las
generosas canteras que suponen los flisch eocénicos del Gállego.
Los estratos paralelos que vemos a los lados de las carreteras fueron una
magnífica fuente de materia prima fácil de convertir en sillarejos
con unos pocos golpes de maza. Sillarejos dispuestos
a soga y tizón, en hiladas regulares y con mechinales pareados edificativos. También poseen sillares mejor acabados aunque sin la perfección que vermemos ya en el románico pleno. La orientación de estos templos es canónica. Son de nave única
rectangular rematados al este por ábside cilíndrico que luce
una decoración característica a base de arquillos ciegos apeados
en lesenas situados
entre dos molduras tóricas. Por encima de los arquillos corre una sucesión de baquetones verticales que les aportan personalidad al tiempo que sirven de sustento a la cornisa absidal. No hay decoración escultórica
y su gracia se la aportan los juegos de luces y sombras que les proporcionan
los elementos formales descritos. Las puertas de acceso
al templo se suelen disponer en el muro sur y son de falsa herradura simulada
a base de peraltar el arco de medio punto sobre unas impostas biseladas
que contribuyen a transmitir este efecto. Es típica la ubicación
de los vanos rehundidos en alfiz y conformados por dos o tres huecos cada
uno. Algunos ejemplares lucen esbelta torre cuyo
arquetipo, Lárrede, vemos emerger en la imagen de cabecera entre
la vegetación del río Gállego.
En la actualidad predomina la idea de que estos templos, con sus particularidades e influencias ya señaladas, se alzaron hacia la mitad del siglo XI durante el reinado de Ramiro I como impulso de repoblación de la zona.
Estos templos se edificaron
para celebrar en ellos la vieja liturgia hispana. Y muy probablemente las
gentes que los llenaron fueran mozárabes en sentido estricto de la
palabra: "mozárabe" deriva de la voz árabe "musta ´rab"
definitoria del cristiano hispánico que vivió en territorio
muslman conservando su religión. En este caso pertenecientes
al distrito rural del Gállego de nahiya-al-Yilliq dependiente del
waliato de Huesca.
Sus formas evocan con fuerza al arte lombardo aunque con particularidades que los hacen únicos, excepcionales
y merecedores de una subclase propia.
La particularidad que los diferencian son detalles
decorativos atribuibles en buena parte a elementos probablemente prestados del islam,
como los vanos rehundidos en alfiz o los campanarios al modo de los alminares
desde los que se llama a la oración. Ya Iñiguez Almerch hizo
notar la similitud de la torre de Lárrede con el alminar
de la mezquita de Omar en Bosra (Siria). Aunque, según matiza acertadamente
Antonio Durán Gudiol, no tendrían que ir tan lejos a buscar
modelo porque la torre de la desaparecida mezquita de la Huesca musulmana
les podría haber servido a este fin.
Tiene esta zona otra particularidad
y es el hecho de que aquí fue desterrado el influyente
abad Banzo de Fanlo al caer en desgracia por oponerse al Rey Sancho Ramírez en su deseo
de "europeización" y mantenerse anclado en el
viejo rito hispano visigodo frente al oficial romano que deseaba importar
el monarca como parte de las contraprestaciones a Roma por su apoyo. Se
ha invocado este hecho para explicar la peculiaridad edificativa de esta
comarca. Ello y la probable repoblación con
gentes llegadas de Siria, como documenta Duran Gudiol, podría están
en el origen de algunos de esos estos detalles islámicos añadidos al primer
románico que llega desde el este.
Los vanos rehundidos en
alfiz de la fachada sur de Lárrede propician unos bellos juegos de
luces y sombras. Y al interior estos templos poseen presbiterio atrofiado
y cubren su nave por medio de techumbre de madera a dos aguas. San Pedro
de Lárrede se abovedó en origen, aunque la actual bóveda
proceda de la restauración de 1933 efectuada por Íñiguez.
Es obligado recordar a los pioneros en esta zona:
Sánchez Ventura y Francisco Íñiguez Almerch quienes
dieron a conocer buen número de estos templos serrableses. Sánchez
Ventura advertido por un cazador de la zona los descubrió en 1922
acompañado por Joaquín Gil Marraco como fotógrafo.
A pesar de ser "redescubiertos" cayeron
en la desidia y el olvido hasta los años 70 del siglo pasado en que
la activa asociación de Amigos de Serrablo capitaneada por el entusiasta
Julio Gavín (desaparecido en 2006) los consolidó, estudió
y relanzó, siendo hoy orgullo de la zona y referente para los amantes
del arte medieval de todo el mundo.
Uno de los distintivos
de estos templos, sin duda el más llamativo, son los frisos de
baquetones verticales que decoran sus cabeceras. Yuxtapuestos a lo largo
de todo el ábside, por encima de los arquillos ciegos y enmarcados
entre dos molduras tóricas, dan personalidad y distinción a
estos edificios. A pesar de que la sensación
en el edificio acabado es la de ser pequeñas columnillas, no son
tal. Observando un templo semidestruido, como es el de Gavín, afectado
en la Guerra Civil de 1936 recuperado y trasladado al parque de Sabiñánigo
por "Amigos de Serrablo", vemos que el baquetón
es el extremo redondeado de una laja dispuesta verticalmente a tizón
(abajo derecha). Yendo más lejos en mis consideraciones, su hechura
como elemento aislado es idéntica a las piezas que componen las molduras
tóricas absidales. Muchas veces pretendemos ver simbología
en elementos edificativos que pueden no ser sino un recurso de utilización
de material existente dispuesto con habilidad y estética. Probablemente
allá en la ermita de Sescún cuando dispusieron verticales los sucesivos
tizones de sillarejo sin redondear su extremo visto, sentaron las bases de esta peculiar forma de expresión
decorativa.
Yendo un paso más allá en lo funcional, podemos afirmmar que esos baquetones no son otra cosa que canecillos a los que se ha recortado su porción más prominente y cuyo acabado redondeado los hace aparentar sucesión de columnillas. Funcionalmente están destinados a sustentar la cornisa, al igual que los canecillos convencionales si bien al no sobresalir como aquellos, son necesarias dos hiladas de lajas para que la cornisa sea prominente y por tanto funcional en su misión de alejar el agua de lluvia del muro. (Descargar artículo monográfico).