Ya hemos visto en la pagina
anterior cuál es la estructura y dinámica del muro compuesto
o "emplectum" de uso generalizado en las edificaciones
románicas. Siendo el
concepto general válido para todos los tipos de muro, el aspecto
que estos pueden adoptar a la inspección superficial es variado.
Diversidad que al ojo avezado servirá para obtener datos orientativos
acerca de su cronología así como a la pericia de los constructores
que lo llevaron a cabo.
En los sistemas edificativos
que no utilizan argamasa para asentar los elementos que componen el muro,
estos han de tener un acabado prácticamente perfecto en sus superficies
de contacto. Las irregularidades en las mismas originan su fractura si la carga sobre
ellos es grande. Las edificaciones clásicas, al igual
que las visigodas, colocan los sillares directamente unos sobre otros, es
decir "a hueso" gracias a un perfecto acabado de las superficies
en contacto.
En la época románica la
piedra recibe diferente tratamiento según las épocas y dependiendo
de su acabado, precisará mayor o menor cantidad de argamasa para
regularizar las superficies que han de recibir cargas. Una
forma arcaica de colocar los sillarejos e incluso los mampuestos alargados
sin que sea precisa una gran labor de regularización de sus caras
es la denominada en "espina de pescado" (opus spicatum). Puede verse el ejemplo
sobre estas líneas. Sobre una hilada más o menos recta de
sillarejos se colocan elementos inclinados, apoyando unos contra otros
en un sentido, y en sentido opuesto en la hilada superior.
Cuando el sillarejo ha
recibido un tratamiento a maza que lo ha regularizado parcialmente, lo hallamos
formando muros en hiladas más o menos regulares y por lo general
con abundancia de mortero cuya finalidad es igualar sus irregulares superficies
en orden a una igual distribución de cargas. Sobre estas líneas
muestro dos imágenes de los muros de la fortificación inicial del castillo de Loarre. Podemos ver
otra característica, que es la colocación de sillarejos a
lo largo, o de punta (esto es "a soga" o "a tizón"),
sistema que ayuda a "atar" el lienzo exterior al núcleo del muro.
También vemos "mechinales", que son
los huecos dejados en el muro y que por lo general son de origen edificativo.
Allí se colocaban los maderos de sustento del andamiaje mientras
se elevaba el muro. En otras ocasiones constituyen el lugar de anclaje de los cadalsos
o de los vanos de acceso al edificio. Muchos de estos mechinales conservan parte de esos maderos empleados en la construcción del muro y que, convenientemente estudiados, podrían aportar información acerca de la cronología relativa de la edificación.
En ocasiones cuando el
sillarejo ha sido bien elaborado y por su situación no ha de soportar
grandes cargas, lo podemos encontrar prácticamente colocado "a
hueso". Así ocurre en la zona alta de la torre de San Pedro
de Lárrede en Huesca (sobre estas líneas).
Pero lo que más
vamos a ver en el románico pleno, son los muros elaborados con sillares
bien escuadrados y ajustados. Las técnicas de cantería evolucionadas
permiten la obtención en las logias de abundante material con un
acabado de buena factura. De este modo precisarán muy poca argamasa
para lograr su asiento, como vemos en las imágenes superiores correspondientes
a Loarre y a Agüero. Ya en esta época
aparecen de forma abundante las marcas de cantero en los sillares, como
medio de "contabilidad" de la labor realizada a efectos de cobro
de salario.
Un hecho importante en
las labores realizadas con sillares es el trabajo de las caras no vistas
de los mismos. Nosotros vemos la cara exterior, que puede ser perfecta, pero el sillar tiene cinco caras más. Si el muro no ha de recibir
mucha carga, pueden estar apenas desbastadas y ser irregulares. La argamasa
suplirá sus imperfecciones.
Sobre estas líneas,
muestro una imagen tomada desde lo alto de uno de los muros en degradación
de la ermita de Nuestra Señora de Trujillo en Castiello de Jaca
(Huesca). He pintado en amarillo el perfil de los sillarejos y señalado
con flechas rojas la parte vista de los mismos desde el interior del templo.
Solo esa cara es regular. El resto es notablemente irregular. El aspecto
desde el interior de la nave puede ser impecable pero el muro no será
capaz de soportar sino una cubierta de ligera madera. Y a juzgar por su
estado, ni aun eso.
En las ocasiones en que
el lienzo de sillares ha de ser elemento de transmisión de grandes
empujes, sus caras de contacto han de ser muy regulares. Y si forman parte
de un arco han de poseer una estereotomía muy cuidada para lograr
su asiento. Solo de esta forma se aprovechará la propiedad de la
piedra de trabajar "a compresión".
La edificación del
muro también puede hacerse con mampostería. esto es, con elementos
de piedra sin regularizar. Entonces la cantidad de argamasa habrá
de ser mucho mayor para rellenar los grandes espacios entre los irregulares
elementos. Es el caso del ábside de la iglesia de Monreal de Ariza en Zaragoza. En estos casos los sillares bien escuadrados
solo se utilizan en los elementos "sensibles" de la obra como
son los ángulos de los muros, sus encuentros o los vanos. Este sistema
abarata costes y el resultado es similar, si tenemos en cuenta el hecho
de que tras el acabado el muro se enfoscaba. Hoy prima la estética
de la piedra vista, pero esto no era así cuando estos edificios estaban
"vivos".
Y por último el
muro de ladrillo, común en las zonas donde no hay disponibilidad
de buenas canteras o en las de influencia de la cultura islámica
que prioriza este material. El "románico de ladrillo" no
es pariente pobre del elaborado con sillares. Antes bien, requiere de una
desarrollada industria paralela para la elaboración de ladrillos
de formas y medidas correctas.